Negocios oscuros, traición entre uniformados y un botín de cien mil dólares manchados de corrupción. La estructura mafiosa que mató a Cejas sigue operando. Y volvió a matar.
Por Alberto Martínez (*)
Un crimen con firma conocida
Cristian Abrigo, policía de 39 años, fue asesinado de dos tiros en la cabeza y enterrado en un campo en Progreso. Su cuerpo fue hallado tras más de dos semanas de búsqueda. El crimen, lejos de ser un caso aislado, se inscribe dentro de una red mafiosa enquistada en la Policía santafesina, particularmente en la Unidad Regional I, donde años atrás Pablo Cejas denunció exactamente lo que hoy vuelve a explotar.
Cien mil dólares, sangre y silencio
Una testigo protegida clave en la causa habló de una cifra concreta: 100.000 dólares en juego. No eran suyos. Ni eran legales. Ese dinero, según la investigación, sería parte de la recaudación ilegal de la fuerza, una caja negra que mezcla narcotráfico, horas extras robadas, desvío de combustible y otras maniobras que Pablo Cejas ya había denunciado en 2017.
Cejas lo dijo. Lo pagó con su vida. Ahora, Abrigo por motivos distintos terminó en la misma fosa, con las mismas balas.
Abrigo, parte del engranaje
A diferencia de Cejas, Abrigo no denunció. Estaba adentro. Era prestamista, cambista, vendedor de autos. Conocía los circuitos, los nombres, las reglas. La misma testigo indicó que Abrigo tenía parte de ese dinero en su poder y que había sido citado para un negocio vinculado a esa recaudación mafiosa y hasta menciona a M.M. un alto jefe policial en actividad que «casualmente fue denunciado por Cejas años atrás».
Juntó dólares. Fue al campo. Lo ejecutaron por la espalda. Como a Cejas.
Steger, Carrizo y la estructura que mata
Luciano Steger (civil) y Fernando Carrizo (policía con carpeta médica) están detenidos e imputados. Steger lo habría ejecutado. Carrizo, testigo del hecho, colaboró en el encubrimiento y luego confesó bajo presión.
Según su declaración, Steger le debía dinero a Abrigo. Pero no cualquier deuda: eran fondos calientes, parte de una operatoria interna que involucraba a más de uno. Una maquinaria. Una mafia.
Unidad Regional I: la matriz del crimen
La URI fue y sigue siendo el núcleo de poder donde se gestan estas redes paralelas. Cejas lo denunció con nombre y apellido: narcotráfico encubierto, jefes recaudadores, zonas liberadas, extorsión interna. Lo dejó asentado. Lo dijo en los medios. Murió por eso.
Y ahora Abrigo, aunque desde otro rol, confirma con su cadáver que el sistema no solo no se desmanteló: se perfeccionó.
De la denuncia al ajuste: el ciclo criminal
Pablo Cejas incomodó. Abrigo, tal vez, supo demasiado. Lo cierto es que la estructura mafiosa que denunciaba Cejas sigue cobrando víctimas dentro de la misma fuerza. No hay justicia para Cejas. No hay protección para quienes saben. Y los jefes siguen donde estaban.
¿Coincidencias?
La secuencia de crímenes que enlaza a Guillermo Morgans (2014), Pablo Cejas (2017) y Cristian Abrigo (2025) expone con nitidez la persistencia de una estructura mafiosa enquistada dentro de la Policía santafesina, que atraviesa gestiones políticas distintas pero unidas por la misma matriz de impunidad. Todos ellos fueron policías con conocimiento —y en algunos casos, participación— en circuitos ilegales de recaudación vinculados al narcotráfico, las horas extras fantasmas, el robo de combustible y la protección de delitos organizados.
Mientras Morgans, jefe de Unidades Especiales, fue asesinado dentro de un comercio de su hijo en Rosario bajo el gobierno de Bonfatti y con Raúl Lamberto como ministro, Cejas fue ejecutado tras denunciar públicamente estas prácticas durante la gestión de Miguel Lifschitz, con Maximiliano Pullaro como ministro de Seguridad, quien ignoró sus pedidos de protección. Años después, ya como gobernador, Pullaro enfrenta el crimen de Cristian Abrigo, ejecutado por su entorno en el marco de un “negocio millonario” que, según una testigo protegida, implicaba 100 mil dólares provenientes de esa misma red de corrupción policial.
El patrón es claro: las reglas de esa estructura paralela dentro de la fuerza se cumplen con sangre, y cuando alguien estorba, traiciona o sabe demasiado, el sistema lo elimina. La crítica no puede ser superficial: la connivencia política, la inacción judicial y la complicidad de parte del mando policial permitieron que la misma maquinaria criminal continúe operando más de una década después, acumulando muertos, silencios y pactos. No hay seguridad pública posible mientras esta red siga viva y protegida desde las cúpulas.
¿Cuántos más tienen que morir?
Esta no es solo una historia de traición personal. Es la continuidad de una red que corrompe, usa y descarta a sus propios integrantes. Una fuerza que, en vez de proteger a la sociedad, se convirtió en su propio depredador interno. Una institución infiltrada hasta la médula.
Abrigo cayó. Cejas lo había anticipado. Y si no se actúa, no será el último.
(*) Licenciado en Seguridad Pública y Ciudadana por la Universidad Nacional del Chaco Austral (UNCAUS), ex oficial de la Policía de la Provincia de Santa Fe, dirigente gremial policial y periodista. Fundador y editor de APROPOL Noticias
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