Por Alberto Rubén Martínez (*)
Hay un dato que circula en estudios internacionales sobre familia: un padre o madre promedio pasa unas 460 horas al año con sus hijos.Es decir, menos de 40 horas por mes, menos de dos días completos.
Ese número ya es preocupante en cualquier familia.
En la policía, directamente no aplica.
Los turnos irregulares, las jornadas extendidas, los extras obligatorios, los operativos inesperados y la disponibilidad permanente reducen ese tiempo a un nivel incompatible con cualquier vida familiar estable.
En la práctica:
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padres que no llegan a los actos escolares,
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hijos que ya no esperan despiertos,
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parejas que cenan solas,
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familias que deben organizarse sin el policía porque nadie sabe si va a poder estar.
Esto no es un “problema emocional”.
Es un problema de estructura, de organización del trabajo y de explotación del tiempo.
El Estado toma horas, días y semanas de vida familiar de un modo que ninguna otra actividad civil aceptaría.
La contradicción es evidente: el policía trabaja “por su familia”, pero termina viviendo fuera de su familia. No por fallas personales, sino por un diseño institucional que exige disponibilidad total.
Además, se instaló un mensaje funcional al sistema: cumplir siempre es sinónimo de responsabilidad.
En la práctica, significa normalizar la ausencia, naturalizar que el policía esté donde el Estado ordena, aunque eso implique vaciar su vida privada.
Las consecuencias están a la vista: infancias que pasan sin testigos, relaciones que se erosionan, vínculos que se enfrían. Y todo esto se trata como si fuera una cuestión privada, cuando es un efecto directo de la organización policial.
No es el trabajador.
Es la función.
Una función diseñada para absorber tiempo, presencia y vida familiar sin reconocerlo como parte del costo del servicio.
Ese tiempo no se devuelve.
En contextos de sospecha permanente, disponibilidad indefinida y horarios abusivos, el trabajador policial queda atrapado en un mecanismo donde siempre debe algo: si está en casa, siente que debería estar trabajando; si está trabajando, sabe que debería estar en casa.
Ese conflicto no es psicológico: es político y estructural.
La pregunta es clara:
¿Vamos a seguir aceptando que un trabajador del Estado vea menos a sus hijos que cualquier empleado del sector privado?
¿Es tolerable que un policía viva más en su lugar de trabajo que en su propia casa?
Si la respuesta es no —y debería serlo—, entonces la discusión no pasa por salarios, uniformes o discursos oficiales.
La discusión central es el tiempo: el recurso que más se le exige al trabajador policial y el que menos se reconoce.
¿Cuántas horas ves a tu familia? Te esperamos en comentarios.
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Tabla comparativa de horas familiares anuales
| Tipo de trabajador | Régimen laboral | Horas anuales estimadas con hijos | Horas mensuales | Notas / Observaciones |
|---|---|---|---|---|
| Trabajador civil promedio | Lunes a viernes – 8 hs. | 460 horas al año | 38 a 40 hs/mes | Base usada en estudios internacionales sobre vínculo parental. |
| Policía – Turno 8×24 | 8 horas de trabajo, 24 de descanso | 240 a 300 horas al año | 20 a 25 hs/mes | La rotación altera noches, fines de semana y actos escolares. |
| Policía – Turno 12×36 (el “ideal”) | 12 horas de trabajo, 36 de descanso | 300 a 360 horas al año | 25 a 30 hs/mes | Parece mejor en papel, pero los extras y operativos recortan tiempo real. |
| Policía – Turno 12×16 (muy común hoy) | 12 horas de trabajo, 16 de descanso | 160 a 200 horas al año | 13 a 17 hs/mes | Jornada que destruye cualquier rutina familiar estable. |
| Policía – Turnos irregulares + Extras obligatorios | Sin horario fijo; operativos permanentes | 120 a 180 horas al año | 10 a 15 hs/mes | El tiempo se fragmenta: estar físicamente no implica disponibilidad emocional. |
(Estimaciones basadas en horas efectivamente disponibles según régimen laboral. Sabemos que muchos deben recorrer cientos de kilómetros muchas veces a dedo para poder llegar a sus domicilios o volver al servicio con lo que agrava la situación)
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Cosas Nuestras. Porque detrás del uniforme hay familias que necesitan menos discursos y más horas juntos.
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«Quien quiera oir que oiga»
(*) Periodista. Licenciado en Seguridad Pública (Universidad Nacional de Chaco Austral -. UNCAUs). Autor del libro Doctrina de la Sospecha Permanente (DSP)
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