Una vergüenza institucional en una política de seguridad sin rumbo conveniente.
Por Rubén Pombo
Mientras las comisarías se caen a pedazos, la Policía de Rosario suma un carretón para secuestrar motos.
Sí, leyó bien. En lugar de reforzar patrullajes, mejorar las condiciones de las dependencias o garantizar recursos básicos como luz y agua en las seccionales, la cúpula de la Unidad Regional II se complace en anunciar la adquisición de un carretón. No para perseguir delincuentes, sino para levantar motos en infracción a la ley de tránsito. Un rol que, por mandato legal y lógica administrativa, debería ejercer la Secretaría de Control municipal.
¿Qué clase de estrategia de seguridad delega tareas vitales a la nada misma y transforma a la policía en inspectores de tránsito con uniforme?
El carretón como símbolo del fracaso
En medio del crecimiento exponencial del narcotráfico, las balaceras, los crímenes por encargo y el abandono de los barrios más humildes, la policía aparece… con un carretón. No con más móviles, no con más efectivos, no con inteligencia criminal. Con un carretón. Es decir: se posterga la función preventiva, se renuncia a la investigación y se la reemplaza por tareas menores.
Y esto no es inocente. La jugada parece buscar un rédito político ante la intendencia. Un gesto de “cooperación institucional” que en realidad es una cesión de soberanía operativa. Mientras tanto, la inseguridad sigue sin un plan, sin conducción y sin sentido.
El Estado también viola la ley
Hay una hipocresía de base que no se puede seguir tolerando. Los primeros que violan la Ley de Tránsito son los propios organismos del Estado. Se obliga al personal policial a conducir móviles sin tener licencia habilitante para el tipo de vehículo. Y peor aún: muchos patrulleros no pasarían ni la más elemental Verificación Técnica Vehicular. Chasis doblados, frenos vencidos, neumáticos lisos, luces fuera de norma.
¿Con qué autoridad se pretende controlar al ciudadano, si el propio Estado no cumple con la ley?
Comisarías sin agua, policías sin derechos
La crítica no es por el carretón en sí, sino por el contraste obsceno. Comisarías sin agua ni baños en funcionamiento, patrulleros que no arrancan, personal policial sobrecargado, sueldos miserables y una dirigencia política que prioriza lo superficial para la foto en redes.
¿Qué se necesita para que alguien se digne a gobernar en serio la seguridad en Rosario? ¿Cuántos más deben morir?
En vez de proteger a los que protegen, se los degrada. En vez de equipar la lucha contra el crimen, se les da un carretón.
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