El peligroso proceso de banalización del abuso laboral en la Policía

Una serie de comentarios en redes sociales desató una nueva polémica en torno a las condiciones de trabajo del personal policial en formación.

Por Alberto Martínez (*)

A raíz de la denuncia publicada por APROPOL sobre abusos y maltrato en el BOPP de Santa Fe, las redes sociales se llenaron de opiniones. Pero lo más preocupante no fue el tono del debate: fue el contenido.

«Hace años caminábamos bajo la lluvia y no había quejas», «ahora porque hay redes sociales, lloran», «aprendan a respetar la cadena de mando», «dedíquense a otra cosa», fueron sólo algunas de las respuestas a los reclamos por condiciones dignas de trabajo.

Lo que estamos presenciando no es un simple intercambio de pareceres. Es algo más profundo y más serio: la naturalización del maltrato institucional. O, dicho de otra forma, la banalización del abuso laboral.

«Así está la Policía»: cuando la cultura del aguante se transforma en complicidad

Detrás de cada «no te quejes» o «yo la pasé peor», hay una lógica perversa: si yo sufrí, vos también tenés que sufrir. No se trata de formar con disciplina, sino de replicar esquemas autoritarios que se disfrazan de tradición, pero que en realidad perpetúan la degradación de la fuerza.

«La disciplina y el respeto se logran desde otro lugar», respondió un usuario, indignado por las expresiones que intentaban justificar el sometimiento.

Esa frase es clave. Porque la obediencia no puede construirse sobre el miedo ni sobre la humillación. Mucho menos cuando se trata de formar policías para una sociedad democrática.

El falso debate entre autoridad y derechos

Otra de las falacias que brotaron fue la vieja excusa de que reclamar derechos implica «desconocer la cadena de mando». Esa idea encierra un problema serio: confundir disciplina con sumisión.

Una compañera apuntó con claridad: «Nadie, en ningún lugar de trabajo, tiene por qué permitir que un superior, valiéndose de su jerarquía, avasalle derechos».

Y tiene razón. Ser policía no significa renunciar a la dignidad laboral. Al contrario: el respeto a los derechos del personal fortalece a la institución, no la debilita.

Una generación que no se calla más

En medio de los insultos y las descalificaciones, también aparecieron voces lúcidas y valientes. Como la de Braian Zlr, que respondió a los «vigi duros» diciendo:

«Si no es tu realidad, se hace silencio nomás. Al que le quede el poncho que se lo ponga».

La nueva generación de policías no acepta más ser parte de una institución donde el silencio cómplice es la norma. Donde reclamar por un derecho básico como un horario digno o una capa para no mojarse, es considerado un acto de rebeldía.

«Así está la Policía»: cuando la cultura del aguante se transforma en complicidad

Detrás de cada «no te quejes» o «yo la pasé peor», hay una lógica perversa: si yo sufrí, vos también tenés que sufrir. No se trata de formar con disciplina, sino de replicar esquemas autoritarios que se disfrazan de tradición, pero que en realidad perpetúan la degradación de la fuerza.

«La disciplina y el respeto se logran desde otro lugar», respondió un usuario, indignado por las expresiones que intentaban justificar el sometimiento.

Esa frase es clave. Porque la obediencia no puede construirse sobre el miedo ni sobre la humillación. Mucho menos cuando se trata de formar policías para una sociedad democrática.

A quienes dicen “yo la pasé peor” o “yo también caminé bajo la lluvia sin quejarme” les preguntamos algo muy simple: ¿volverían hoy allí, en esas mismas condiciones, sabiendo lo que saben y siendo quienes son?


¿O acaso su silencio de entonces fue producto del miedo, la resignación o la falta de herramientas para reclamar? Si la respuesta es que no volverían, entonces lo que vivieron no fue formación: fue abuso.

La necesidad de frenar la cultura del abuso

Lo que se discute no es la necesidad de formación ni de respeto institucional. Lo que se cuestiona es que la jerarquía se utilice como un arma para aplastar a los subordinados.

Naturalizar el maltrato es condenar a la fuerza policial a la mediocridad. Porque no hay mejor policía por haber caminado 14 horas bajo la lluvia sin quejarse, sino por haber sido formado con justicia, con ética y con vocación.

La Policía no necesita mártires silenciosos. Necesita trabajadores respetados.

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la necesidad de frenar la cultura del abuso

Lo que se discute no es la necesidad de formación ni de respeto institucional. Lo que se cuestiona es que la jerarquía se utilice como un arma para aplastar a los subordinados.

Naturalizar el maltrato es condenar a la fuerza policial a la mediocridad. Porque no hay mejor policía por haber caminado 14 horas bajo la lluvia sin quejarse, sino por haber sido formado con justicia, con ética y con vocación.

La Policía no necesita mártires silenciosos. Necesita trabajadores respetados.

Porque lo que es adentro, es afuera.

Una persona formada —u obligada a ser deformada— en condiciones de maltrato, humillación y despersonalización, es lo que después devuelve como respuesta a ese estímulo. Por eso buscan anular la persona, convertir a ese joven policía en un número, en un autómata que solo cumpla órdenes, que no razone, que sea lo más insensible posible.

Así es como se fabrican obedientes, no servidores públicos. Así es como se crían herramientas sin alma, carne de cañón barata para gobiernos que no quieren policías con pensamiento crítico, sino brutos, mano de obra sumisa y sangre que seque rápido.

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¡Quien quiera oir que oiga!

(*) Licenciado en Seguridad Pública y Ciudadana por la Universidad Nacional del Chaco Austral (UNCAUS), ex oficial de la Policía de la Provincia de Santa Fe, dirigente gremial policial y periodista.

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