El refugio que el policía no logra disfrutar

El dolor de un padre policía que despide a su hijo policía y una realidad que se repite.

Por Alberto Martínez (*)

La imagen de un padre junto al ataúd de su hijo es un retrato de dolor imposible de describir con palabras. Pero cuando ese hijo es un servidor público, un policía, la historia adquiere una dimensión aún más profunda. «Lamento no haber compartido más con mi hijo», dijo con la voz quebrada el padre del Subcomisario Cristian Abrigo (también policía retirado con gran prestigio en la fuerza) en la sala velatoria. Una frase tan simple como demoledora, que desnuda una de las realidades más crudas de la profesión policial: la familia suele quedar en segundo plano.

El sacrificio invisible de los policías

La vocación de servir, de proteger, de exponerse para que otros puedan estar seguros, tiene un costo que pocas veces se mide en su verdadera magnitud. Las largas jornadas, los cambios de turno, la imposibilidad de planificar reuniones familiares, cumpleaños o siquiera cenas cotidianas hacen que la vida de un policía transcurra muchas veces lejos de aquellos que más ama. Y el tiempo, que avanza sin piedad, no siempre da segundas oportunidades. Quizás los nietos sean también un tiempo de cierta venganza, rebelión tardía y quizás de reencuentro.

El precio del deber y la ausencia en el hogar

En el testimonio del padre de Cristian Abrigo se resume la tragedia de tantos hogares de trabajadores de la seguridad. «Lamento no haber compartido más con mi hijo» no es sólo la expresión del duelo de un padre, sino también el grito de una institución que a menudo devora a sus integrantes, que les exige la entrega total sin medir las consecuencias en sus afectos. Es el lamento de esposas, esposos, hijos que crecen con la ausencia de una madre o un padre que está físicamente, pero cuya mente está atrapada en la tensión del deber.

La deuda de la sociedad con quienes nos protegen

La sociedad suele exigir a la Policía sin preguntar qué está dispuesta a dar a cambio. Queremos servidores infalibles, incorruptibles, dedicados por completo a nuestra seguridad, pero pocas veces nos preguntamos qué hay detrás de cada uniforme. Cada policía es una historia, un nombre, una familia que reza por su regreso al final de cada jornada. Sin embargo, muchas veces esos regresos se dan en circunstancias trágicas.

Humanizar el trabajo policial: una necesidad urgente

El caso nos obliga a reflexionar. No solo sobre la inseguridad y el peligro al que se enfrentan los policías, sino también sobre el precio que pagan en sus vidas privadas. ¿Es justo que quienes nos protegen deban vivir alejados de sus seres queridos? ¿Es razonable que un padre tenga que lamentar el tiempo que no pudo compartir con su hijo porque la vocación y la estructura de la profesión lo absorbieron por completo?

La Policía necesita reformas urgentes en muchos aspectos, y uno de ellos es la humanización del trabajo policial. Garantizar horarios dignos, respetar el derecho a la vida familiar, reconocer que un policía también es una persona con afectos que necesitan su presencia. No podemos seguir naturalizando que los uniformados deben estar disponibles 24/7 sin importar las consecuencias en sus vidas privadas.

Honrar la memoria con cambios reales

La muerte de un policía nos duele a todos y la reflexión de este padre nos debe alertar sobre la necesidad urgente de exigir condiciones dignas de trabajo porque, al final del día, la mayor riqueza no está solo en el deber cumplido sino también en el abrazo de los hijos, en la cena compartida con su familia, en la certeza de que su entrega no le costará lo que más ama.

 

(*) Licenciado en Seguridad Pública y Ciudadana por la Universidad Nacional del Chaco Austral (UNCAUS), ex oficial de la Policía de la Provincia de Santa Fe, dirigente gremial policial y periodista. Fundador y editor de APROPOL Noticias

 

Imagen gentileza y crédito de Aire de Santa Fe

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