Supo dirigir su palabra —con respeto, con ternura y con crudeza cuando fue necesario— a quienes visten uniforme y cumplen funciones policiales o penitenciarias. Reivindicó la labor como una vocación, no como un simple empleo. Les pidió humanidad y para ellos respeto, condiciones justas y dignidad laboral. Porque entendía que no se puede cuidar al otro desde la desprotección propia.
Por Alberto Martínez (*)
“El trabajo es una forma de participación en la creación. No hay peor pobreza que la que priva del trabajo.” – Papa Francisco
El Papa Francisco murió el 21 de abril de 2025, y con él se va una de las voces más claras y valientes en defensa de la dignidad del trabajo y los derechos de quienes sostienen la vida cotidiana desde abajo. Su figura, muchas veces resistida por los poderosos, será recordada como la de un pastor que caminó entre los trabajadores, habló su idioma y nunca les soltó la mano.
Desde su elección en 2013, Francisco puso a los pobres, a los descartados y a los trabajadores —incluidos los más invisibles, como los policías, penitenciarios, barrenderos, enfermeros y obreros— en el centro de su misión pastoral. No hablaba desde una teoría: hablaba desde la experiencia de quien supo caminar calles porteñas, viajar en colectivo y escuchar el murmullo del pueblo que trabaja.
Un Papa que conocía el uniforme
Francisco fue un Papa que entendió el dolor del que cumple funciones en condiciones adversas, sin derechos reconocidos o con salarios indignos. Nunca dudó en defender el rol del Estado y la necesidad de que el trabajo público sea bien remunerado, respetado y sostenido. En sus palabras, no había espacio para el desprecio elitista hacia el servidor público.
Más de una vez, nos invitó a salir del individualismo, a defender la justicia distributiva, a rechazar la cultura del descarte que muchas veces convierte a los policías en fusibles sociales de decisiones políticas que no toman ellos. Francisco sabía que la seguridad sin justicia social es una trampa.
Evangelio con chaleco antibalas
En sus mensajes, Francisco habló de los mártires cotidianos: los que mueren en servicio, los que no llegan a fin de mes, los que son perseguidos por denunciar la corrupción, los que cumplen su deber y son luego abandonados por el sistema. No fue un Papa que idealizó, pero sí que dignificó. Y por eso, muchos policías y penitenciarios en todo el mundo lo sienten como propio.
Fue también una guía en los momentos difíciles: durante las pandemias, las crisis sociales, los conflictos laborales. Llamó a la fraternidad entre los pueblos, pero también a la organización entre los trabajadores. Nunca dudó en condenar la represión injusta ni la violencia institucional, pero tampoco negó el derecho del Estado a defender el bien común.
Hoy, mientras despedimos su cuerpo, abrazamos su legado
Los trabajadores uniformados de la seguridad pública también estamos de duelo. Porque Francisco, sin hablar de nosotros, hablaba por nosotros. Porque cuando pidió “una Iglesia pobre para los pobres”, también pedía un Estado justo para sus trabajadores.
Su vida fue un acto de servicio. Su mensaje, un llamado a no rendirse. Su muerte, una semilla.
¡Quién quiera oír que oiga!
(*) Periodista. Licenciado en Seguridad Pública. Especialista en seguridad y derechos laborales de los trabajadores policiales y penitenciarios.
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