Javkin, Orwell y el ojo que vigila: Rosario como distopía ciudadana

Por Alberto Martínez (*)

«La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza.»
1984, George Orwell —

Cuando George Orwell imaginó 1984, no sólo escribió una distopía literaria: profetizó una arquitectura del poder. Su protagonista, Winston Smith, vive bajo la mirada omnipresente del Gran Hermano, un Estado que no solo vigila, sino que exige delación, sospecha permanente y amor al castigo. A más de setenta años, Pablo Javkin —con menos dramatismo pero igual espíritu— propone en Rosario algo parecido: que los ciudadanos denuncien infracciones de tránsito con sus celulares. Que se conviertan en ojos del poder.

La tecnología como dispositivo de control

En 1984, las telepantallas registran cada gesto de los ciudadanos. No hay privacidad, ni siquiera en el pensamiento. Javkin, más aggiornado, no instala cámaras en las casas, pero ofrece algo aún más eficaz: convierte a cada ciudadano en cámara y sensor, dispuesto a señalar al otro ante la mínima falta.

La diferencia es técnica, pero el resultado es inquietante: se naturaliza la vigilancia como acto cívico. En lugar de fomentar el respeto, se estimula el castigo mutuo. En lugar de comunidad, se siembra sospecha. Igual que en la película, el Estado no necesita estar en todos lados: basta con que todos crean que pueden ser vigilados por todos.

Del Ministerio del Amor al «Área de Convivencia»

En la adaptación cinematográfica de 1984, el Ministerio del Amor es el organismo que se ocupa de “reeducar” a los disidentes, torturarlos hasta que abracen al Gran Hermano. En Rosario, no hay tortura, por supuesto. Pero sí hay una narrativa institucional que disfraza la vigilancia con nombres amables: “Código de Convivencia”, “Herramienta Participativa”, “Responsabilidad Ciudadana”. Un eufemismo por donde se lo mire.

Es el viejo truco orwelliano: cambiar el lenguaje para que cambie la realidad. Lo que en otro tiempo se llamaría buchonear, hoy se llama participar. Lo que ayer era una tarea de inspectores, hoy se le delega al vecino.

El nuevo Winston Smith: vos, yo, todos

En 1984, Winston Smith es el último hombre que se resiste a la vigilancia total. Hasta que lo quiebran. En Rosario 2025, el nuevo Winston no es uno, sino todos nosotros, llamados a filmar, denunciar y sentirnos moralmente superiores por hacerlo. No con miedo, sino con orgullo.

Javkin no impone esta vigilancia con látigo, sino con emojis de buena convivencia. Y eso, precisamente, la hace más peligrosa: cuando el control se disfraza de ciudadanía, ya no hace falta reprimir: basta con incentivar.

Entre la paranoia y la política pública

La seguridad vial es importante, nadie lo niega. Pero convertir la ciudad en un panóptico digital, donde todos vigilan a todos con el aval del Estado, no es una solución: es una pendiente resbaladiza hacia la fragmentación social, el autoritarismo disfrazado y la normalización del control.

Orwell imaginó una dictadura del miedo. Javkin —quizás sin quererlo— está ensayando una democracia de la desconfianza.

¡Quien quiera oir que oiga!

(*) Periodista. Licenciado en Seguridad Pública. Especialista en seguridad y derechos laborales de los trabajadores policiales y penitenciarios.

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