¿Los rosarinos queremos realmente una ciudad donde nos vigilamos entre todos?

Esa pregunta es el corazón de toda la discusión. No es una pregunta técnica ni operativa. Es moral, existencial, profundamente política. Y tiene la fuerza de lo que incomoda, porque no se responde con estadísticas sino con valores.

Por Alberto Martínez (*)

Cuando el periodismo se queda en la anécdota y no toca el alma del problema

Pero no solo es preocupante la política pública. También es preocupante la cobertura periodística que acompaña, legitima o al menos omite toda reflexión ética sobre el fondo de la cuestión.

En las entrevistas a los funcionarios —que circularon en medios hoy— no hubo una sola pregunta que indagara en la dimensión moral de esta medida.

Nadie cuestionó qué tipo de sociedad estamos alimentando al fomentar que los vecinos se denuncien entre sí.

Nadie preguntó si el anonimato está éticamente justificado cuando se trata de faltas menores de convivencia urbana, como estacionar mal una moto o subir el auto a la vereda.

Todo se resumió a explicar cómo hacer la denuncia, cómo subir la foto, cómo “te garantizamos el anonimato si mandás al frente a tu vecino”.

¿De verdad ese es el estándar del periodismo en Rosario? ¿Celebrar que podamos denunciar por una app sin dar la cara por un problema de tránsito?

¿Qué sigue después? ¿Premios por delatar más? ¿Ranking mensual de denunciantes destacados?

Y lo peor es que ni siquiera estamos hablando de delitos graves. Nadie propone esto para enfrentar el narcotráfico o desbaratar redes de trata por ejemplo.

¡Estamos hablando de una moto mal estacionada!

¡De un auto invadiendo la vereda!

De lo que antes se resolvía con una advertencia, un diálogo, o una multa con firma de un agente responsable.

Hoy, lo ridículo se vuelve norma.

Lo que era convivencia, se transforma en castigo digital.

Y lo que era periodismo, se convierte en vocería funcional al poder.

Entre Orwell, Walsh… y el silencio del progresismo

Orwell lo escribió como advertencia. Arendt lo explicó como banalidad del mal.
Rodolfo Walsh lo vivió en carne propia, y dejó para siempre una verdad incómoda:

“El periodismo es libre o es una farsa. Si no incomoda al poder, no es periodismo.”

Y sin embargo, en Rosario 2025, el poder no se incomoda. Se le explica. Se lo justifica. Se lo embellece con notas sobre apps, tecnología y participación vecinal.

¿Dónde están hoy los periodistas que se dicen críticos?

¿Dónde está ese “progresismo vernáculo” que ayer se escandalizaba con la represión y hoy aplaude a los gobiernos que convierten al vecino en vigilante?

Porque —y esto debe decirse con todas las letras— somos los supuestos “retardatarios” de las fuerzas de seguridad quienes estamos haciendo las críticas más profundas al nuevo orden moral del poder en esta ciudad. Los que seguimos preguntándonos por la legalidad, por la ética, por la justicia. Los que denunciamos cuando un policía es enviado a cumplir servicios por fuera de la ley. Los que advertimos cuando una moto mal estacionada se convierte en excusa para el castigo social.

¿Qué le pasó al progresismo?

¡Quien quiera oir que oiga!

(*) Periodista. Licenciado en Seguridad Pública. Especialista en seguridad y derechos laborales de los trabajadores policiales y penitenciarios.

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